Hoy viajamos a Écija, una ciudad cuya historia es tan amplia como su riqueza artística. Cuenta con numerosas iglesias y conventos barrocos, palacios y casas-palacio. Por toda la ciudad, se encuentran vestigios de construcciones y elementos arquitectónicos de época romana.
Su fundación se sitúa hacia el siglo VIII antes de Cristo, en el ámbito de la civilización tartésica. Hasta la conquista romana, hacia el 200 a.C., se trató probablemente de un pequeño poblado turdetano de cabañas, emplazado en la ligera elevación junto al río Genil conocida hoy como Cerro del Alcázar o de San Gil (“El Picadero”).
La ciudad conoció su mayor etapa de esplendor durante la dominación romana y, hacia el año 14 antes de Cristo, se fundó ya en el llano la denominada “Colonia Augusta Firma Astigi”. Desde entonces fue la capital de un extensísimo convento jurídico, uno de los cuatro en los que se dividía la Bética, que comprendía no menos de 49 ciudades y abarcaba gran parte de las actuales provincias de Córdoba, Granada y Jaén. Su principal riqueza derivaba del cultivo olivarero y de la exportación del aceite a larga distancia, empleando la vía fluvial por el Genil y el Guadalquivir y, luego, la marítima desde Sevilla.
Actualmente, su economía se basa en la industria agrícola y ganadera, así como del sector de la carpintería. También cuenta con importantes industrias y centrales energéticas, tanto fotoeléctricas como eólicas.
El sector turístico tiene un papel destacado y es considerado de gran valor, ya que Écija es la ciudad de la provincia de Sevilla (tras la capital) con más visitas al año y una de las ciudades más visitas de Andalucía.
La gastronomía ecijana está basada totalmente en ingredientes naturales. Hay una gran variedad de recetas importadas a lo largo de toda su historia y una gran diversidad e interacción de las diferentes culturas existentes en Écija.